Mariano Barusso

No podés caminar descalzo en Marte

¿Disfrutás de caminar descalzo sobre el pasto húmedo con una brisa templada en tus mejillas mientras escuchás el canto de un zorzal, inspirando libremente los aromas de ese instante? Quiero suponer que sí, al igual que la mayoría de los seres humanos.

Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto darnos cuenta de que esa experiencia es imposible para el Homo Sapiens en la Luna o en Marte?, ¿por qué despilfarramos ilusiones y recursos en esa yerma búsqueda? Está bien, entiendo nuestra habitual curiosidad y la ambición de más recursos a explotar (antes de que estén regulados) y para sostener nuestro consumo desenfrenado. De todas maneras, me pregunto ¿para qué?

«Corremos despreocupados al precipicio tras haber puesto delante de nosotros algo que nos impida verlo.»
– Blaise Pascal

La conquista de nuevos planetas no va a cambiar nuestra concepción sobre el modelo de “crecimiento” económico sino, más bien, la va a incentivar. Desde una mirada de la infraestructura y la superestructura, los icónicos emprendimientos espaciales de Musk, Branson y Bezos son de un profundo conservadurismo, porque no cuestionan ni las intenciones, ni los medios de producción, ni las consecuencias contaminantes del capitalismo más concentrado. Solo contribuyen al reciclaje del modelo no sustentable vigente… no hay ninguna revolución por ahí. Y, lo más importante, es que no podemos caminar descalzos sobre el césped mojado en Marte.

Los casi ocho mil millones de habitantes de este exhausto planeta dependemos —entre miles de factores que no comprendemos aún— del oxígeno respirable, del agua potable, de la biodiversidad de las especies que nos precedieron en vida y en derechos en este maravilloso hábitat, así como del ozono protector de nuestra salud celular. Y, aunque esta dependencia es condición necesaria para nuestra supervivencia, lo que nos hace humanos es la vida misma que este planeta nos regaló hace muy pocos cientos de miles de años y, más aún, nuestra identidad e insoslayable interdependencia con él.

La conquista de nuevos planetas no va a cambiar nuestra concepción sobre el modelo de “crecimiento” económico sino, más bien, la va a incentivar.

 

Nuestra capacidad simbólica y nuestro dedo pulgar nos alejaron de la naturaleza, tras lo cual caímos en ese equívoco que solo el ser humano es capaz de producir: sostenernos en la ilusión de que podemos no depender del frágil equilibrio en el que nuestra insignificancia universal vio la luz. Esa estúpida ilusión de superioridad y control que solo puede crear la cultura, producto subsidiario de un mono angustiado que se ve compelido a preguntarse por sí mismo. El COVID-19 nos puso los pies en la tierra nuevamente, en un suspiro.

Mientras que nosotros nos auto clasificamos como Homo Sapiens, el señor Smith en “The Matrix” le explicaba a Morfeo su revelación respecto de que nuestro comportamiento es más característico al de un virus que al de un mamífero. Sus argumentos eran claros y contundentes.

Los icónicos emprendimientos espaciales de Musk, Branson y Bezos son de un conservadurismo profundo.

 

Mantengamos la asunción de que somos un mono más y necesitamos de este ecosistema único, no solo para sobrevivir, sino para vivir plenamente en el reconocimiento de nuestra pertenencia, identidad y respetuosa responsabilidad para con el hogar que nos permitió existir. Ese azaroso obsequio debería responsabilizarnos solo como meros inquilinos antes que como groseros propietarios.

Vivir no es un cálculo de probabilidades, ni mantener la salud el mayor tiempo posible. Eso es mera supervivencia, requerida por nuestro sistema de producción capitalista. Vivir requiere de una emocionante e incierta narrativa, de muy buena prosa y de una excelsa poesía en nuestra cotidianeidad. Tal posibilidad del vivir es irreconciliable si nuestro hogar verde y azul muere como tal.

Creo que no somos conscientes respecto de la dependencia que nuestro bienestar cotidiano tiene de una Tierra sana, ni tampoco de la consciencia de nosotros mismos como especie. Byung-Chul Han plantea que “La técnica moderna aleja al hombre de la Tierra. Los aviones y las naves espaciales lo arrancan de la fuerza de gravedad terrestre. Cuanto más se distancia de la Tierra, más se empequeñece. Y cuanto más rápido se mueve en ella, más se encoge. Toda supresión de la distancia en la Tierra trae aparejado un mayor alejamiento del hombre respecto a ella. De ahí que el hombre se aliene de la Tierra.

Observo las decisiones de los países con mayor poderío geoeconómico-político y me convenzo de que cuanto mas nos entusiasmamos con la idea de habitar el espacio, mas erosionamos inconscientemente el respeto hacia nuestro Planeta-Hogar-Tierra, mas claudicamos en la toma de consciencia de nuestro humilde lugar e insoslayable dependencia de él y aceleramos en consecuencia su agónica explotación. Estamos matando nuestra fuente de vida e identidad, ni más ni menos.

 

El azaroso obsequio de nuestra vida en la Tierra debería responsabilizarnos solo como meros inquilinos antes que como groseros propietarios.

 

Sería naíf fantasear con que la humanidad detenga el despliegue de su imaginación y voluntad emprendedora más allá de los confines de nuestro hogar, pero observo que ese movimiento puede representar un salto binario y una tácita aceptación de la caducidad inducida a nuestro Planeta-Hogar-Tierra.

Aunque tengo una visión distópica sobre el futuro de la humanidad (*) siempre he sido un hombre esperanzado, que tomé consciencia de ello al conocer a pensadores comprometidos con su época como Bloch, Sartre, Kovadloff y Morin. La concepción compleja de la esperanza tanto de Kovadloff como de Morin han calado fuerte en mí.

(*) Mi visión distópica se basa en la expansiva dominación planetaria que emprendimos hace 75.000 años y en la más reciente información científica de acceso público sobre el escaso tiempo que nos queda para revertir el punto de quiebre de la temperatura global.
 
La técnica moderna aleja al hombre de la Tierra.
– Byung-Chul Han

Afortunadamente, en estos meses de observación y reflexión en un intento por comprender “qué está pasando aquí” en este contexto pandémico me encontré con el ensayo “Cambiemos de vía: Lecciones de la pandemia” del enorme Morin. Fue un baño esclarecedor de “buena” utopía y de “buen” realismo (como él los concibe), de este joven y vital nonagenario, pensador preclaro de la complejidad. Le agradezco infinitamente la sensible y esperanzadora oda que comparte cerca del final de su libro, en un increscendo similar al que me hace sentir el finale de “Nesum Dorma”.


Tierra-Patria: la identidad terrestre (Edgar Morin)


Finalmente, la conciencia planetaria llega espontáneamente a la idea de Tierra-patria: aquí estamos, humanos minúsculos, sobre la minúscula película de vida que rodea el minúsculo planeta perdido en el universo gigantesco. Este planeta, sin embargo, es un mundo, nuestro mundo. Este planeta es al mismo tiempo nuestra casa y nuestro jardín.

Descubrimos los secretos de nuestro árbol genealógico y de nuestro carnet de identidad terrestre, que nos hacen reconocer a nuestra «matria» terrestre en el momento en que las sociedades diseminadas por todo el globo se han vuelto interdependientes y el destino de la humanidad está colectivamente en juego. Repitámoslo: la toma de conciencia de la comunidad de destino compartido terrestre debería ser el acontecimiento clave de nuestro siglo.

Es, sin duda, el mensaje más fuerte de la crisis de 2020. Somos solidarios en este planeta y de este planeta. Somos seres antropobiofísicos, hijos de la Tierra. Es nuestra Tierra-patria. La humanidad transformada por fin en Humanidad, la nueva comunidad englobadora de la Tierra-patria y la metamorfosis de la humanidad son las caras de la nueva aventura humana posible. Sin duda, la acumulación de los peligros, la carrera de la nave espacial Tierra, cuyos motores son los desarrollos incontrolados de la ciencia, de la técnica, de la economía, hacen que la salida sea incierta.

Sin duda, puede parecer imposible cambiar de vía. Pero todas las vías nuevas que ha conocido la historia humana han sido inesperadas, hijas de desviaciones que han podido arraigar, convertirse en tendencias y fuerzas históricas. Como escribe Pascal: «Corremos despreocupados al precipicio tras haber puesto delante de nosotros algo que nos impida verlo». Pero podemos salir de ese sonambulismo tomando conciencia y mirando más allá del hic et nunc. Muchísimas transformaciones parecen necesarias simultáneamente, muchísimas reformas económicas, sociales, personales, éticas se imponen cuando todo está en regresión: esta constatación podría desanimarnos. Pero en muchos lugares de todo el mundo, auspiciadas por esa policrisis mundial, aparecen miríadas de germinaciones, surgen miríadas de pequeñas corrientes que, si se juntan, formarán arroyos que podrían confluir en riachuelos y, finalmente, en un gran río”.

 
Aquí estamos, humanos minúsculos, sobre la minúscula película de vida que rodea el minúsculo planeta perdido en el universo gigantesco.
– Edgar Morin

Emocionante, ¿no? Leer este legado de un hombre tan lúcido, de este pensador de la complejidad que ve mucho más allá de lo que muchos de nosotros podemos captar, fue una inspiración para compartir mis pensamientos previos, como un acto de purificadora esperanza, basada en lo que somos y podemos hacer hoy, sin esperar un futuro redencional en el que seamos pusilánimes espectadores.

Me despido hasta un próximo artículo, con la imagen de estas damas mínimas y sofisticadas que capturé hace unos días, recostado sobre el rocío persistente de una mañana de otoño. Aun siento la vida que me brindó ese césped mojado. ¡Ay!, ese rocío cuyas trazas nos está costando tanto encontrar en Marte.

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