Recuerdo una conversación coloquial con el CEO de una empresa cliente, mientras volvíamos juntos por la noche tras realizar un encuentro de trabajo con su equipo. Él me compartió su idea sobre un posible camino de solución para el repetitivo drama argentino:
“Para que salgamos adelante, dos líderes políticos de peso deberían ponerse de acuerdo en un esquema de alternancia presidencial, con una agenda de puntos relevantes consensuados, a ser llevados adelante complementariamente en el mandato alternativo de cada uno. De esta manera, el país contaría con un horizonte de 12 o 16 años para crecer”.
Mi respuesta fue irónica: “Entiendo que lo que pensás es que dos políticos argentinos con chances presidenciales similares, se pongan de acuerdo, se propongan un proyecto de largo plazo y, una vez que uno de ellos tenga el poder, respeten lo acordado, ¿es correcto? ¿No estarás confundiendo tus ganas de que así fuera con la realidad histórica de nuestra cultura política?” Ambos sonreímos en complicidad.
Más allá del tópico de aquella conversación y de sus derivaciones, la recordé como una ilustración sobre la confusión en la que solemos caer cuando queremos promover un cambio en el statu quo a nivel de nuestras empresas o de nuestro ámbito de trabajo próximo: confundimos el punto de llegada con el punto de partida.
Asimilamos un logro o estado futuro posible, consecuencia del mismo esfuerzo de cambio, con la condición de partida sin la cual ese cambio no es posible.
Por ejemplo: pretendemos que un grupo de conducción que opera históricamente centrado en el corto plazo “mire más lejos” para impulsar un cambio estratégico. Estamos partiendo de una contradicción temporal, porque que ese grupo actúe de manera más “estratégica” es un posible resultado futuro, superador de sus propias inercias, que podrán tal vez alcanzar gracias a su esfuerzo determinado para modificarlas.
Es por lo que muchas veces aclaro cuando converso con nuestros clientes sobre la relevancia y utilidad de diferenciar el punto de partida del punto de llegada a lo largo de las vicisitudes de cualquier proyecto de transformación. En nuestro modelo de Desempeño Sostenible® diríamos que debemos discriminar la madurez actual de la efectividad a conquistar.
Así como es una diferenciación útil, también es necesaria para poder considerar condiciones que hacen a la efectividad de cualquier cambio: el respeto a la historia de ese sistema, el realismo sobre quiénes y cómo son, la gestión consciente del “tempo” y, sobre todo, la consideración de principio duro de la evolución de los sistemas sociales: una organización o un grupo cambia desde lo que es y no desde lo que pretende ser.
Por eso, siempre que estés liderando algún cambio significativo en tu empresa, no te enojes porque no son aquello que quieren lograr; es un mal espejo. Es mucho mejor que dispongas tu energía e inteligencia al servicio de dar pasos nuevos para ustedes, confiando en que eso los va a llevar a un lugar superador… que no tienen ni idea cuál será.
Mariano Barusso | Es Director General de Asertys, Consultoría en efectividad y transformación organizacional.
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Imagen de portada: «Willie» (Taranto, 2019) – Mariano Barusso.