Es imprescindible que registremos, custodiemos y ayudemos a multiplicar la cultura del trabajo, tanto como campo de realización vital como fuente impostergable de desarrollo para nuestro país.
Una vez más se generó una rica conversación con Aníbal, que vino a mi casa a realizar su trabajo semanal, además de un pedido especial que quería hacerle como consecuencia de mi salida de vacaciones (y de la confianza que le tengo).
La charla fluyó desde el motivo puntual de mi pedido, hacia temas de actualidad, cuestiones personales de ambos y perspectivas propias respecto al presente de nuestra sociedad. Sobre el final de este encuentro, sentí ganas de registrar el momento con mi celular, ya que hacía tiempo quería escribir sobre él como realidad y como metáfora de un país posible.
Él es un jardinero de los que ya no se encuentran y representa para mí a varios de los proveedores de diferentes rubros con los que he desarrollado una relación confiable de muchos años, por la sintonía que siento con las personas que encuentran realización en lo que hacen. Aclaro que en mi experiencia no son tantos los proveedores de ciertos oficios que reúnen esta condición. Me arriesgaría a decir que cada vez son menos, con motivo del declive cultural por el que se desliza la Argentina desde hace décadas.
Aníbal me ayuda a mantener vivaz el jardín de mi casa, complementándome en aquellas cosas que no llego, no puedo o no me gusta realizar en el parque. El jardín es uno de mis refugios y un espacio esencial de mi hogar, que me dedico a cuidar con gusto, como Nelson Mandela lo hizo aún en los momentos en los que estuvo más cerca de la muerte: porque mantener el propio jardín es cultivarse a uno mismo. Es decir, Aníbal está a cargo de algo central en mi vivir.
Ambos conformamos un equipo que se fue forjando de manera espontánea, con el paso del tiempo. Porque él es un verdadero profesional de lo que hace y un ejemplo de entrega que no deja de sorprenderme todos los meses con su actitud, resolviendo autónomamente situaciones que identifica con su ojo clínico, atendiendo a los detalles y consultándome solo cuando considera que mi opinión debe estar primero.
Aníbal es un Señor con mayúscula, que hace lo que tiene que hacer para que el jardín se mantenga saludable y, como consecuencia, me regala una alegría constante y la paz que solo brinda la confiabilidad de un compañero de equipo que no puede escapar a su vocación ni renunciar al respeto mutuo.
Es por ello que nos encontramos y es en ello en lo que nos encontramos: dar lo mejor de cada uno para promover una circunstancia fructífera para ambos, en la reciprocidad. Sin estar pensando siempre en el resultado sino, en primer lugar, en el valor intrínseco de esa manera de encarar el trabajo, es decir, de encarar nuestro vivir.
Siempre encuentro en él un ejemplo para nuestra convivencia como sociedad. Esa posibilidad de que la mayoría de los trabajadores nos complementemos haciendo lo correcto –entendido como aquellos que la circunstancia requiere– y dando lo mejor de nosotros a quienes lo necesitan, para que esos otros puedan cultivar sus propios jardines vitales.
Aníbal es el ejemplo del mérito incuestionable, aquel basado en una ética del servicio, de la superación y de la calidad. Una mentalidad que solo pueden intentar corroer quiénes le temen a la libertad, a la fuerza de ciudadanos con proyectos vitales y al potencial productivo de una sociedad empoderada en su capacidad para crear valor desde su vorticidad.
Nunca me canso de reconocer explícitamente a los “Aníbal” de la vida. Es el sentimiento placentero de irrefrenable agradecimiento, que pide que ese círculo virtuoso se renueve, una y otra vez.
Imaginémoslo por unos minutos: cada uno de nosotros, dando lo mejor en el lugar que ocupa en el presente, pensando en los demás y más allá de las relaciones directas que mantenemos. ¿Por qué no? No pretendo la utópica “Imagine” de Lennon, aunque sí estoy convencido de la imprescindible posibilidad de alguno de sus versos, como propulsor de un cambio de época para nuestro país.
Aunque sea solo un verso de toda la canción, porque los grandes cambios comienzan por pequeños pasos en el lugar indicado. Considero que uno de esos lugares indicados es el relativo a recuperar la cultura del trabajo profesional en lo que sea que cada uno haga, junto con el respeto por el otro, expresado en este caso como el simple bienestar por servir a los demás.
Lennon decía que es fácil si lo podemos imaginar y yo creo que más aún si nos permitimos verlo en trabajadores que conocemos, en los cuentapropistas que facilitan y mejoran nuestras vidas. Es un territorio real de nuestra sociedad que está en riesgo y debemos abonar para que se multiplique. Me refiero principalmente a los millones de trabajadores invisibles en esta plataforma, que se mueven en la economía informal, esa arena movediza que nada tiene de glamorosa ni de revolucionaria.
Coincidimos con Aníbal al respecto al final de la conversación de aquella mañana, antes de despedirnos con un abrazo. Cuánto lo quiero y lo admiro. Me siento agradecido de haberlo conocido.
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