Mariano Barusso

Los seres humanos no podemos crear vida

Es hora de reflexionar y dejar de lado el optimismo negador y la sensación de omnipotencia que hemos cultivado como especie. Este artículo busca ser una llamada de atención, una suave cachetada, un recordatorio incómodo pero necesario.  

¿Por qué digo que no podemos crear vida? Porque la vida, en su esencia, ocurre en la biosfera, esa delicada capa que se originó bajo condiciones únicas e irrepetibles en este rincón del universo. Su complejidad histórica y sistémica está más allá de nuestra comprensión. Aunque en diferentes momentos creamos haber descifrado los secretos de la biosfera, esa percepción no es más que otra manifestación de nuestra arrogancia.  

La vida no nos pertenece. Nosotros existimos gracias a un sistema mayor: una red de conexiones dinámicas entre sistemas vivos complejos que va mucho más allá de nuestro entendimiento. No somos los creadores de la Vida, sino el resultado de esta gran trama que nos da forma y sustento.  

Somos solo una de las 8,7 millones de especies que, según estimamos, habitan este planeta. Desde la perspectiva de la biodiversidad, somos insignificantes, pero nuestras acciones han sido devastadoras. Con una racionalidad limitada, incluso con los avances en inteligencia artificial, hemos demostrado ser incapaces de comprender o respetar los patrones naturales. 

Cualquier intervención que hagamos, por bien intencionada que sea, es y será asistémica, y tendiente a romper los delicados equilibrios ecosistémicos que tardaron millones de años en desarrollarse. No entendemos ni siquiera a nuestros congéneres, mucho menos el intrincado tejido de la Vida que nos da vida.  

Porque es impertinente que una especie sola dentro del universo de especies mencionado se arrogue la capacidad de regular equilibrios que la constituyen y que no comprenderá jamás. ¿Es tan obvio que volvemos a sentir herido nuestro narcisismo? ¿Es porque lo sabemos que optamos por dominar desde la agresión?

Perfeccionarnos para pretender «repararla» con nuestra intervención sería solo seguir pervirtiendo el orden del la biosfera, porque no hubo un para qué en nuestro surgimiento y, si lo hubiera, sin dudas no es ese redencional papel que tan grande nos queda.

En “The Matrix” el señor Smith le explica a Morfeo porqué cree que somos más un virus que un mamífero. Un argumento convincente.

Hasta ahora, hemos identificado unas 960.000 especies, de las cuales ya hemos extinguido más de 800. ¿Por maldad? No, sino por ignorancia, por legados culturales sesgados y por nuestra propia incapacidad.

Sinceremos el meollo del dilema: no hay forma de que la actividad de 8.000 millones de humanos pueda “crear” Vida; solo sabemos consumirla, alterarla y matarla. Nuestro comportamiento es degenerativo, por propia evidencia.  

Este año alcanzamos el Día de Sobrecapacidad de la Tierra el 1 de agosto, una fecha que se adelanta cada vez más desde diciembre de 1977.

Para sostener los niveles de consumo actuales de países como Australia y Estados Unidos, necesitaríamos entre cuatro y cinco planetas al año. Pero la realidad es clara: no hay suficientes recursos, y las soluciones que requeriríamos son, en la práctica, imposibles.  

Nuestra especie ha perfeccionado el arte de intervenir, modificar y consumir a un ritmo que supera la capacidad de resiliencia de los ecosistemas. Hemos sobrepasado siete de los nueve límites críticos para la sostenibilidad planetaria.

Los números no cierran, ni van a cerrar, no hay manera. ¿Podrían detener hoy mismo el consumo de combustibles fósiles Estados Unidos, China, Rusia e India? Son los principales productores del CO2 mundial. Mm, imposible. Pero es lo que se requeriría para detener la curva de temperatura planetaria proyectada como requerida para el 2030.

Y, sin embargo, seguimos bailando al ritmo de la banda, como si este Titanic no estuviera hundiéndose.  Los canapés no son tan exquisitos como los de las COPs por el Cambio Climático, pero el acogedor atardecer desde la borda luce con una eternidad garantizada.

¿Es posible regenerar la vida que hemos puesto en peligro? Los datos nos muestran que sería necesario un cambio radical: dejar de intervenir en los patrones naturales o hacerlo a una escala que parece inalcanzable dados los intereses, la fragmentación y el nivel de consciencia de la sociedad global.  

Visualicemos lo anterior con un ejemplo micro de índole doméstico: observa un jardín después de ser regado por nosotros y compáralo con el que florece tras una buena lluvia. La diferencia es abrumadora. La naturaleza tiene un poder regenerativo que excede nuestras capacidades, pero no sabemos cómo permitirle actuar. Es improbable que la humanidad pueda ejercer ese no-hacer para sobrevivir.

Regenerar la vida implicaría renuncias profundas, transformaciones dolorosas y un proyecto común que trascienda nuestros paradigmas culturales y económicos actuales. Este tipo de cambio solo sería posible si logramos construir una comunidad comprometida con un propósito trascendente compartido, condiciones tan raras hoy como la kyawthuita, el mineral más extraño del mundo.  

Aun así, es en esa lucha por expandir nuestras posibilidades regenerativas donde debemos centrar nuestras esperanzas. Sin optimismos ingenuos, pero con la claridad de que la única manera de preservar nuestra vida es entendiendo nuestro verdadero lugar en la red de la Vida.

Imagen: Las aguas aún preservadas de Galápagos.

Pilar, 9 de diciembre de 2024 ©️2412100337876. Todos los derechos reservados | Imágenes: Galápagos, por Mariano Barusso.

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