Mariano Barusso

Todas las novelas tienen un final

Nuestra vida es una historia enhebrada en tantas otras, llenas de finales que nos mantienen vivos, como autores y personajes, aún luego de nuestra muerte.

 

A quienes amamos leer y escribir no nos cuesta concebir la vida como una gran novela, como una historia vertebrada en muchas otras, que conforman el tejido sensible de nuestra existencia.

Dramas, comedias y tragedias, cortas y largas, densas y leves, costumbristas, épicas y utópicas, y, sobre todo, buenas, regulares y malas. Todas esas novelas conforman eso que nos contamos para dotar de alguna ilusión de coherencia a nuestra mismidad… y para descubrir, al leernos en nuestros actos, si nuestra vida valió la pena hasta aquí.

Somos la novela que iniciaron quienes nos concibieron al momento de nombrarnos como posibilidad y con quienes interactuamos desde la vida uterina.

Luego nosotros, desde nuestros primeros balbuceos, continuamos escribiéndonos, leyéndonos y editándonos en la convivencia, hasta el que será nuestro último suspiro. Porque somos esa narrativa intrincada que procura sentido con insistencia frente a nuestra condición de proyecto.

Es así, inclusive en la insinuante conciencia que poseemos de que aquellos que nos sucederán tras nuestra muerte, se arrogarán la potestad de reescribir, ya sin nuestra anuencia, secciones completas de nuestra historia, articuladas en novedosas conexiones.

Ocurra o no esto, sé que lo imaginamos en algún momento, con la ilusión de que si alguien nos recuerda en sus relatos, habremos trascendido, aunque sea tan solo en su diálogo con un otro, aunque sea solamente por ese instante extra.

El devenir de la narración que conforma nuestro guión personal integra crisis, discontinuidades, transiciones que le dan vitalidad como novela. Son momentos donde lo esperable y lo esperado son decepcionados, para dar lugar a la confusión respecto de lo ocurrido y sus “razones”, del porqué elegimos ciertos caminos que nos trajeron hasta aquí, de lo que queremos, e inclusive, la momentánea duda sobre quiénes somos.

Transitar esa “zona árida” –como llamaba la Madre Teresa a los momentos de cambio profundo– es caminar junto a ansiedades y angustias que inicialmente se presentan como amenazantes para nuestra existencia, pero en las que descubriremos luego a compañeras imprescindibles en el afrontamiento de lo que se ha desencadenado, lo que se ha desanudado (porque novela proviene del latín y significa «ovillo»).

En esos ineludibles momentos aciagos de giro rotundo en el curso de la narración conocida he aprendido a encontrar algunos mojones o pseudo certezas que me ayudan a regular esas ansiedades digestoras del cambio.

Son una suerte de principios guía que visualizo con la firmeza de los remos, cuando provocan al agua en su aparente liviandad, despertando en ella la densa resistencia que nos permite avanzar. Ese remar que refleja la tarea gratificante de buscar sentido en el viaje que depende principalmente de nuestro esfuerzo y decisiones de rumbo.

Identifico al menos cuatro principios guía, que tal vez te resuenen y dialoguen con los tuyos como lector.

En primer lugar, hay novelas vitales y profesionales que nos dejan una huella imborrable. Es algo que aprendí a reconocer y agradecer, porque no es siempre así con todas las experiencias. Vivimos experiencias insustanciales, otras que son significativas y otras que son constitutivas de nuestra forma de ser en el mundo.

En segundo lugar, al igual que cuando comenzamos un nuevo libro, hay historias que es saludable discontinuar en los primeros capítulos, cuando nos damos cuenta de que no nos atrapan, que no nos encontramos en ellas o que son francamente malas. Sí, porque vamos aprendiendo a darnos cuenta de que esta vida es insuficiente para todas las posibles buenas historias que podemos forjar. Para qué detenernos en las que no son para nosotros.

En tercer lugar, intento tener presente siempre que el atractivo de la narrativa que construimos junto a otros se encuentra en cada una de sus páginas, en cada uno de sus párrafos. Porque cuando estamos pensando en el próximo capítulo –o en cualquier otra cosa– no nos damos cuenta de que hemos huido de la historia, por lo tanto, de nosotros mismos. Ese es el momento de retomar el compromiso y la concentración con nuestra búsqueda, o de dejarla un tiempo, hasta sentir nuevamente el llamado del deseo.

Por último, las novelas de cualquier género rinden su entidad y revisten su valor en el hecho de que concluyen, finalizan, se terminan. Toda novela vital y profesional se vive con intensidad en la conciencia de que tiene un final, sea este del signo que sea. Recordemos que pensar de tanto en tanto en el final de la nuestra es condición para saborear la mayor parte de las páginas que escribimos (porque pedirnos saborear todas sería muy omnipontente).

Eso sí, cuando una novela nos conmueve existencialmente (esa, la de la huella imborrable), debe ser leída hasta su última página, con hambrienta intensidad, dejando todo de nosotros en ella, repreguntándole el porqué del desenlace que trae y jugar, inclusive, con proponer uno diferente. Aunque su (co)autor o (co)autora ya dictaminaron su conclusión, nosotros queremos apelar a nuestros deseos, porque ya somos protagonistas de esa obra.

Así es y lo sabemos: aún las novelas largas y reveladoras concluyen, dejándonos diferentes sabores en boca y sentires en el alma. Está siempre en nosotros la opción de cerrar parsimoniosamente su contratapa y acariciarla en una gentil despedida, que nos permita, poco a poco, volver a nosotros. Para elegir cómo proseguir.

Porque solo dejando atrás una historia podremos volver a ella renovados o iniciar otra que nos renueve.

¿Será una historia memorable o tenderemos a olvidarla?, ¿sentiremos las ganas de revivirla o nuestro deseo buscará una novela diferente?, ¿habrá una obra por venir que capte nuestra atención con la misma plenitud?, ¿deberemos buscarla o estar listos para cuando se presente?

Son finales abiertos e inciertos, como todos los finales, mientras estamos vivos. Solo contamos con la certeza de que somos los autores de historias memorables y olvidables, las de la única vida que tenemos.


Mariano Barusso | 19 de junio, 2023 | Belgrano, Buenos Aires, Argentina | Todos los derechos reservados © 2306194634334

Difundir