Mariano Barusso

Despedimos a un gigante

El jueves 16 de noviembre partió el Maestro Héctor Fernández Álvarez. Este escrito es un acto imprescindible para despedirlo, recordarlo y testimoniar mi experiencia con un ser humano tan querible como excepcional.

 

La ceremonia de despedida de mi adorado Héctor Fernández Álvarez, del viernes 17 al sábado 18 de noviembre, fue tal vez la más emotiva, sincera y esperanzadora de todas las que he participado en mi vida.No podía ser de otra manera la triste celebración de la partida de un ser único, de “un prócer” como lo enalteció con su palabra conmovida Beatriz Gómez –una de mis recordadas profesoras en la universidad y actual Presidente de la Fundación Aiglé– quien, por conocer bien su humildad, aclaró que a Héctor no le hubiera gustado ese calificativo.En mi caso, como soy un irreverente que lo quiero desde el alma, me permito afirmar que despedimos a un gigante, a una persona que alcanzó lo más alto que un ser humano puede aspirar: ser querido y reconocido en vida por sus familiares, amigos, colegas, discípulos, alumnos y pacientes. Un reconocimiento interpersonal que seguramente le importó mucho más que todos los galardones internacionales y locales recibidos por su contribución científico-académica a la psicología clínica y a la práctica psicoterapeútica.El sábado nos reencontramos en el bellísimo parque en Bella Vista que eligieron con Diana Kirszman, su compañera de vida. Nos hicimos presentes muchos de los que posiblemente no concebíamos continuar con regularidad nuestras vidas sin un último abrazo, y seguramente pocos con relación a quiénes quisieron, pero no pudieron acercarse la ceremonia de despedida en esa soleada mañana de primavera. Su partida nos tomó por sorpresa a todos, nos consternó a quienes manteníamos el contacto con él y esperábamos verlo esa noche, al día siguiente o en la semana entrante (como fue en mi caso). Afortunados somos de haber podido decirle adiós reunidos.Héctor vivió con tanta plenitud que sus múltiples facetas fueron emergiendo en las palabras, los gestos y los recuerdos de los presentes de manera espontánea, y necesaria. Como fui alumno suyo de grado y uno de sus pacientes hasta su partida, pude confirmar aspectos distintivos que conocí y, a la vez, descubrir otros que él supo reservar como parte de la impecabilidad con la que se desempeñó como psicoterapeuta. Ya lo sabía grande, pero me encontré en esos testimonios con el gigante que pretendo honrar aquí.Primero, sus familiares más íntimos y cercanos pudieron expresar desde el dolor profundo y los vívidos recuerdos de tres generaciones no solo su inmenso amor por él, sino también el valor de la familia y la presencia que Héctor cultivó, así como ese rasgo tan visible de su pasión por todo lo humano. Héctor fue un humanista cabal a lo largo de su vida y un hombre al servicio de los demás en la cotidianeidad.

 

Diana y Héctor en Valencia (Gentileza Diana Kirszman)

Luego, sus colegas, muchos de ellos amigos y compañeros de una obra transformadora de la psicología, la psicoterapia, y la vida de miles de personas en nuestro país y el mundo. Ellos rememoraron su convicción, generosidad, cercanía, dedicación y enseñanzas, y, sobre todo, su determinación porque la obra representada por e instituida en Aiglé lo trascendiera. Una misión que Héctor cumplió con creces en esa antorcha que soñó y fundó junto a otros en los 70’s, y que hoy continua en una Fundación vertebrada por un proyecto imprescindible para la salud pública, la investigación, la docencia y ¡para todos sus pacientes!

Si, sus pacientes estuvimos también, para llorarlo y conversar con la intimidad de siempre, mientras nos aferramos a sus manos a través del vehículo astral que lo condujo a su última morada.

Porque él transformó nuestras mentes y corazones con su maestría, ayudándonos de manera incansable a que insistamos en la tarea de vivir bien, de creer en lo que somos y que nos tratemos como una novela viva que nos tiene como autores y protagonistas. Si, trabajó junto a nosotros con total entrega, tanto en los momentos de zozobra como de felicidad, como un faro siempre presente y verdaderamente disponible en el momento en el que lo necesitáramos, estuviera en Argentina o de viaje por el mundo.

Él fue el mayor de los pacientes, por soportar empáticamente nuestras recaídas, demandas, resistencias y reclamos proyectados sobre su espalda, sin perder nunca su lugar profesional ni su dominio emocional. Nosotros se lo retribuimos con nuestro compromiso, logros, crecimiento y la conquista de un mayor bienestar. En los casi treinta años en los que fui su paciente en grupos e individualmente, no registré nunca de su parte un descuido de nuestra alianza terapeútica ni un fallo en el encuadre de trabajo. Se definía ante todo como un psicoterapeuta y fue uno excepcional. No tengo un ápice de duda al respecto.

Siento que despedimos a un gigante, a un ser humano distinto y entrañable, y a un profesional superlativo.

Mi querido Héctor Fernández Álvarez, nos dejaste todo lo que alguien puede dejar en el despliegue de sus valores y su vocación. Nuestras vidas son mejores gracias a tu palabra y a tu afecto. Estoy convencido de que te fuiste en paz, yendo al encuentro de tu hermano y de la música que tanto amabas, y consciente de que tu obra vive en todos nosotros, portadores del brillo de tu antorcha.

Gracias infinitas Maestro, sabio salvador de almas. Seguiré conversando contigo, apelando a tus enseñanzas y celebrando tu presencia hasta mi último instante. ¡Hasta siempre!

La dedicatoria que me regaló en «Paisajes de la psicoterapia»

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